Hace algunos años tuve el placer de escribir un libro sobre Arteterapia para la Fundación InteRed, rescatando las experiencias de Arteterapia en Sevilla, con grupos de mujeres y alumnado de centros educativos. Hoy he rescatado de él un cuento que me parece significativo para traer a nuestro consciente e inconsciente el «recuerdo de sí». Que lo disfrutes…

Cuenta la leyenda que hace muchos, muchos años, cuando una persona de la tribu estaba a punto de hacerse adulta debía pasar una prueba de valor que le dotara de sus primeros conocimientos sabios. La única condición es que nadie debía decidir en qué consistiría esa prueba.

La leyenda también cuenta que vivía en la tribu una persona llamada Leuk, con muchas ganas de hacerse mayor y de conseguir que la tribu le aceptara como persona adulta. Había llegado el momento de elegir cuál sería su propia prueba de valor, por lo que durante días y días pensó y pensó. Pero por más que le daba vueltas no se le ocurría qué hacer, qué conocimientos podría adquirir, quién le podría enseñar.

Y así fue como se acercó a la chamana de la tribu, que para su sorpresa le dijo que no podía ayudarle. Leuk se desilusionó un poco, pero entonces decidió visitar al chamán, que le dijo que estaba muy ocupado y que hasta dentro de varias lunas no podía ayudarle. Preguntó entonces a las personas de la tribu, pero cada una parecía tener otras prioridades. Y esto le hizo sentir que nadie le echaba cuenta, que no era importante en la tribu. ¿Por qué?.

Se puso triste y le empezó a doler el pecho. Se sentía incómodo, y cuando no pudo aguantarlo más se enfadó, gritó, se desesperó… aunque nadie pareció prestarle atención. Y así, con el entrecejo muy fruncido, el estómago encogido y los puños apretados, comenzó a andar hasta que se alejó del poblado.

Caminó durante tres largos días y tres largas noches, sin más compañía que la luna, el sol y las estrellas. La primera noche pasó del enfado a la negación, gritando a los árboles que no pensaba volver más la tribu y que la prueba de valor era algo estúpido que no necesitaba realizar. Si nadie le quería ayudar, no quería saber nada de las demás personas, que se le antojaban hipócritas y distantes. Mientras, los pájaros del camino lo observaban pasar con sus gritos…

La segunda noche, Leuk se sentó al borde de un estanque, era la primera vez que se paraba desde que salió tan enfadado del poblado. Estaba en algún profundo lugar de la selva, con la sola presencia de su reflejo en el agua de un manantial en el que observó sus ojos tristes durante largo rato. En algún lugar desconocido, sin nadie más…

De repente sintió que su corazón se encogía, y la soledad y el miedo se apoderaron de su mente. Mientras Leuk miraba su reflejo en el agua, una gota calló. ¿Venía del cielo o caía de sus ojos?. Y entonces, casi sin darse cuenta, se deshizo en lágrimas, permitiéndose sentir el miedo, la soledad y la incertidumbre…

Pasó toda la noche llorando y llorando, y cuando la luna se escondió y el sol comenzó a salir tímidamente, Leuk se rindió y se durmió bajo un árbol. En sus sueños pudo ver extrañas imágenes de planetas y estrellas que escapaban a su control, en un sueño largo e intenso. El tiempo pasó sumido en este mundo inconsciente de sueños, mientras que los pájaros cantaban nerviosos porque el sol ya había salido y la vida continuaba.

Cuando Leuk salió de su letargo profundo, los animales aprovechaban la luz y calidez del sol para recorrer la selva de un lado a otro. Leuk sentía los ojos hinchados, le costó abrirlos, pero se sentía descansado. Se acercó con pasos vacilantes hasta el manantial, en concreto hasta un pequeño recodo de agua que formaba un pequeño remanso. Acercó su cara y observó su reflejo en las limpias aguas. Se sorprendió al darse cuenta de que su cara transmitía serenidad, como si al permitirse transitar sus emociones se hubiera vaciado de la soledad y el dolor de los días anteriores. Recordó lo sucedido, la importancia de pasar la prueba de valor, la negativa de las demás personas a ayudarle, su marcha del poblado… Todo parecía tan lejano…

Pasado un rato respiró profundamente y decidió darse un chapuzón para quitarse la molesta sensación de los ojos. El agua era clara, limpia, fría, y al salir se sintió con vigor y energía. Se tumbó en la hierba para secarse bajo el sol cálido, cuando al alzar la mirada descubrió que se hallaba al pie de una enorme montaña.

 – “¡Qué grande es!”, se dijo Leuk.

Sintió grandes deseos de andar, de explorarla, de averiguar qué habría en su cima, de modo que comenzó a andar, andar y andar. Pero cuando llevaba un buen rato caminando empezó a sentir que el camino se estaba alargando más de lo que esperaba, y el cansancio apareció pronto mientras el sol brillaba con fuerza en el cielo. A veces se sentía desfallecer, cuando unos frutos silvestres aparecían en su camino para reponer fuerzas. Los cogía con agradecimiento a la madre naturaleza y sentía que reponía fuerzas para continuar.

En otra ocasión se desesperó, parecía que aquello no tenía fin y se arrepentía de haber cogido ese camino, pero de repente una mariposa juguetona pasó revoloteando como queriendo indicarle por dónde continuar. Se llenó de energía y decidió seguir, interpretando la presencia de este mágico animal como una señal. Y así, un pie tras otro, venciendo sus propias dificultades y confiando en que la vida le protegía, al llegar la noche alcanzó la cima. Llegó casi sin aliento, y se paró a descansar en una roca. Era una noche sin luna, os cura, y el silencio y quietud se habían apoderado de la selva. Cuando por fin recobró la respiración se tumbó hacia atrás, dejando reposar su cuerpo sobre una gran roca. Y… ¡ahí estaba!. De repente, lo que tanto había buscado estaba ante sus ojos: el mismísimo Universo.

Ante Leuk se abría un festival de estrellas y planetas, cada uno diverso y único. Algunos parecían cambiar de color, otros tenían un tamaño mayor o menor, con distintos brillos, pero todos girando. Y algo increíble era que los diversos planetas parecían estar relacionados entre sí, y bailaban una especie de danza en la que cuando uno se movía el resto también lo hacía. Se fijó largo rato en algunos de ellos, hasta que cada uno parecía recordarle a alguien de la tribu. Sintió dentro de su corazón cómo todas las personas estaban conectadas entre sí y con la naturaleza, bailando una danza ancestral que se remontaba al comienzo del comienzo de los tiempos.

Justo uno de esos planetas le llamó la atención más que ninguno, así que unió sus manos en forma de telescopio y como por arte
de magia pudo verlo de cerca: sus colores, sus formas, sus caminos, las estrellas que le acompañaban, sus luces y lugares sombríos. Y entonces Leuk supo al instante que el Universo mismo le hablaba, que había encontrado su planeta, ¡lo había descubierto!.

Sin duda alguna había pasado la prueba de valor para convertirse en persona adulta, había transitado sus emociones. Se había descubierto a sí.

*Este cuento forma parte del libro Sánchez-Márquez, Inmaculada (2014). Universo de Emociones. Experiencias de Arteterapia y cuidados para la movilización social. desde la Educación para el Desarrollo y la Ciudadanía Global (EpDCG) con un enfoque de género. Con mujeres y centros escolares. Ed. Intered: Madrid. ISBN: 978-84-937893-8-1. Disponible gratuitamente en https://intered.org/pedagogiadeloscuidados/wp-content/uploads/2019/01/universo_de_emociones.pdf